El arte en pandemias

Cuando hablamos sobre las pandemias que el mundo ha tenido y cómo han transformado absolutamente todo a nuestro alrededor, nos cuesta pensar en las cosas buenas que trae consigo; sin embargo, la historia del arte está llena de ejemplos de cómo una pandemia alimentó el genio creativo y nos entregó obras magníficas tales como Pandémica y celeste de Jaime Gil de Biedma, La Peste de Albert Camus o Ensayo sobre la ceguera de José Saramago.
A pesar de que todos estamos en expectativa de que la pandemia por COVID-19 termine y todos podamos “regresar a la normalidad”, es importante recalcar cómo pandemias anteriores han traído consigo cambios inimaginables dejando así una nostalgia involuntaria por lo vivido. 
Hablemos de los cambios en el arte, que se han dado desde la peste negra, en donde nadie supo cómo empezó ni se tenía la información o tecnología que se tiene ahora. Uno de los cambios más notables que trajo esta enfermedad fue la pérdida de poder de la iglesia, ya que el sistema feudal se vino abajo a raíz de esta pandemia que se extendió por toda Europa y que en el s. XIV causó en solo 6 años la muerte a la mitad de su población. A raíz de esto, podemos observar muchísimos cuadros en donde se representa a Satanás como el creador de este “castigo”; igualmente encontramos imágenes de criaturas aterradoras que se originan en la oscuridad o en las tinieblas, como vampiros, fantasmas o incluso extraterrestres que dejan por las calles de la ciudad cientos de muertos. Una de las representaciones más famosa fue El Triunfo de la Muerte (1562) de Pieter Bruegel en el siglo XVI.
La peste tuvo también efectos sociales afectando a las ideas sobre la transmisión de las enfermedades, por ello se procedía a la quema de vestimentas, o el establecimiento de la cuarentena debido al período de incubación. Por esto se diseñaron los primeros trajes de protección para atender a los enfermos apestados. Una ilustración de Paulus Fürst, del año 1656, muestra uno de estos ropajes diseñados durante la epidemia de Marsella por el médico del Rey Luis XIII. El médico de apestados llevaba en la mano un bastón blanco, obligatorio, según las disposiciones sanitarias, para las personas que tenían contacto con los infectados. La máscara en forma de pico de ave contenía en su interior perfumes, a modo de filtro contra la fetidez que emanaba de los apestados.
Durante la epidemia de tuberculosis del siglo XIX se generó toda una moda en la que el aspecto lánguido, la melancolía y la sumisión al destino inundaron la sociedad y el arte que contribuyó al desarrollo del movimiento Romántico en la pintura, la literatura y la música. Muchos de los grandes artistas de la época padecieron o murieron de tuberculosis y así un pintor tísico, Delacroix, reflejó el aspecto enfermizo y triste de un músico también tísico: Chopin. Un autorretrato de Modigliani muestra los rasgos típicos del tuberculoso como la extremada palidez y la mirada triste y melancólica. También el pintor noruego Edvard Munch reflejó en su obra La Niña Enferma (1885), el delicado y demacrado estado de su hermana, enferma de tuberculosis, poco antes de su muerte.
Años más tarde nos reencontramos con Virginia Woolf en su ensayo De la enfermedad, o con la Mrs. Dalloway que sobrevive a la gripe española de 1918, y nos damos cuenta de que con metáforas vivimos mejor.  Es con esta pandemia que las emociones en el arte toman auge y dejan de lado los retratos de la realeza, los palacios o hechos históricos. A partir de este momento la gente pierde esperanza en el gobierno, las estructuras sociales y la moral, así que se trata de expresar todo a través de matices obscuras y reales en el arte. 
El cuerpo enfermo de un artista es la antítesis de la energía creativa, muestra de ello son los múltiples autorretratos de Edvard Munch padeciendo en aislada soledad, dando inicio al expresionismo alemán. Los dibujos de la cabeza de Gustav Klimt muerto, devastado por la misma epidemia, realizados por Egon Schiele, quien terminaría también falleciendo, como su mujer embarazada, por el contagio. 
Es a partir de esta pandemia que se replantea por completo la arquitectura y se opta por crear espacios abiertos, entradas de luz con ventanas de piso a techo, sillas reclinables para pasar más tiempo cómodos en casa y muros redondeados en las esquinas para limpiarlos con facilidad. Igualmente surgen artistas como Piet Mondrian quienes proponen regresar a los básicos y psicólogos que crean de su profesión una nueva ciencia y herramienta de concientización. 
El SIDA, la gran pandemia con que terminó el siglo XX, nos legó obras donde lo invisible –un virus- se volvía casi tangible. Como en los graffiti neoyorquinos de Keith Haring y Jean-Michel Basquiat, o en las fotografías de Therese Frare con que Benetton inundó nuestras ahora vacías ciudades, las de Andrés Serrano mostrando fluidos corporales como sangre o líquido seminal o los preservativos de Jenny Holzer blasonados con mensajes sobre sexo seguro, los retratos de Nan Goldin de sus amigos infectados, las bombillas y montañas de caramelos o papeles de Félix González-Torres como metáfora física del cuerpo consumiéndose por la enfermedad. 
Todas estas obras dieron pie a la creación de espacios “discretos” para las personas de la comunidad LGBTTTIQ+, tales como clubes nocturnos, casas de citas, restaurantes exclusivos, etc. Algo sorprendente es que la mayoría de los diseños, espacios arquitectónicos y obras de arte fueron creadas a partir de todas estas pandemias, que, aunque a veces no parecen, tienen una razón de ser. Con estas muestras de arte que en los 90s comenzó a hablarse de la comunidad LGBTTTIQ+, de las expresiones de sexualidad, de educación sexual y de una revolución artística para hablar de temas que antes eran extremadamente controversiales. 
Uno de los cambios más notables con la actual pandemia es el mundo digital; museos, artistas y talleristas están demostrando que la presencia digital dicta el rumbo del arte actualmente, desde experiencias interactivas en museos, muestras colectivas o individuales de todo tipo de arte, hasta la remodelación de espacios arquitectónicos que hemos tenido que habitar 24/7 con esta cuarentena. 
Creo firmemente que algo que nos ha dejado el COVID-19 en materia artística es la experiencia colectiva del aislamiento dentro de un mundo globalizado, el constante consumo de arte al encontrarnos en este estado y la búsqueda de adaptación de espacios, arte, productos, etc. Tenemos evidencia que el arte nos sirve para mostrar lo que se está viviendo actualmente, sin embargo, no se ha dado muestra suficiente de lo que esta nueva ola de arte pandémico nos puede dejar. Un ejemplo del arte 2020 bien podrían ser las intervenciones de Banksy en el metro de Londres, que, aunque ahora son sólo parte de nuestra memoria en su cuenta de Instagram, bien podría ser algo tangible de los cambios que se han tenido en el mundo del arte.  No hay duda de que nuestra vida sedentaria se verá reflejada a través de recursos tecnológicos desde su creación y hasta su consumo para posteriormente sumergirse de lleno en una corriente que defina al s. XXI

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