Años más tarde nos reencontramos con Virginia Woolf en su ensayo De la enfermedad, o con la Mrs. Dalloway que sobrevive a la gripe española de 1918, y nos damos cuenta de que con metáforas vivimos mejor. Es con esta pandemia que las emociones en el arte toman auge y dejan de lado los retratos de la realeza, los palacios o hechos históricos. A partir de este momento la gente pierde esperanza en el gobierno, las estructuras sociales y la moral, así que se trata de expresar todo a través de matices obscuras y reales en el arte.
El cuerpo enfermo de un artista es la antítesis de la energía creativa, muestra de ello son los múltiples autorretratos de Edvard Munch padeciendo en aislada soledad, dando inicio al expresionismo alemán. Los dibujos de la cabeza de Gustav Klimt muerto, devastado por la misma epidemia, realizados por Egon Schiele, quien terminaría también falleciendo, como su mujer embarazada, por el contagio.
Es a partir de esta pandemia que se replantea por completo la arquitectura y se opta por crear espacios abiertos, entradas de luz con ventanas de piso a techo, sillas reclinables para pasar más tiempo cómodos en casa y muros redondeados en las esquinas para limpiarlos con facilidad. Igualmente surgen artistas como Piet Mondrian quienes proponen regresar a los básicos y psicólogos que crean de su profesión una nueva ciencia y herramienta de concientización.